martes, 5 de junio de 2012

Prioridades

A mediados de junio empezará la Eurocopa de Ucrania y Polonia, y desde meses atrás todo el país vive inmerso en un profundo sin vivir, un preguntarse qué jugadores irán, o quiénes pueden ser los rivales más peligrosos, un debatir si debe ir uno u otro, que puede dividir o juntar a las dos Españas. Y es que ya son más poderosas las Españas de Barça y Madrid que las que dividían el país unas décadas atrás, en los antecedentes y las postrimerías de la Guerra Civil.

Y aquí es donde llega la cuestión, el poder unificador o separador que tiene este deporte, el deporte rey. Es capaz de movilizar a todas las capas de la población, desde el alcalde hasta el yonqui más sucio de tu barrio.

Y produce un enorme escozor que, en su mayoría, el adulto medio se movilice más para ir a ver el partido de su equipo, o para celebrarlo en la plaza más multitudinaria de la ciudad, o para protestar por un abusivo precio de los abonos o las entradas, mientras este mismo individuo, por lo general, tiende a quedarse quieto cuando le roban su dinero, o cuando vulneran sus derechos o los de cualquier otro compañero, y por supuesto, jamás antepondrá una reivindicación por motivo social o laboral a un partido de su equipo.

Ni que decir tiene que si los asuntos políticos o sociales movilizaran de la misma forma que lo hacen los deportivos, se confirmaría la teoría de Marx de que la lucha de clases es el motor del cambio social. Quizá sería motivo de enfrentamiento y división entre colectivos, pero más convenientes son los enfrentamientos por conflictos de intereses reales que por cuestiones deportivas, que ni nos dan de comer ni nos quitan el pan de la boca.

Además, es cosa ridícula la forma en la que se critica cómo chupan fondos algunas entidades, y se obvia cómo hacen lo mismo los clubes de fútbol, la mayoría de ellos endeudados hasta las cejas, con Hacienda, con los propios empleados, o un club con otro. No hay problema en entregar subvenciones a clubes. Mientras tanto, se está dejando de lado lo público, arriesgándonos a perder un estado de bienestar, lo que nos mandaría de un plumazo unos cuantos lustros atrás.

Por supuesto que la juventud nos miramos en las generaciones anteriores, y es demasiado y preocupantemente frecuente la figura del gracioso gordinflón que, independientemente de su estatus social, su liquidez, su clase o su ideología, prefiere cualquier tipo de evento futbolístico a defender su interés.

Con esto, no pretendo criticar deportivamente al fútbol, ni alentar a su boicot, simplemente opino que las prioridades más vale mantenerlas bien ordenadas, así el peligro de que se llenen de polvo es menor.

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