viernes, 9 de noviembre de 2012

Carta a los que mandan

Este escrito tiene la intención de pedir perdón de una vez por todas, de desprenderse al fin de la crítica afilada y la queja, de deshacerse de malas palabras y de cuestionar a quien lleva las riendas, tragar orgullo, arrimar el hombro y disculparse.
Esta carta es de perdón, y el destinatario son los que mandan.
Sin, por favor, caer en la trampa de que los que mandan son solo los gobernantes. No queremos quedarnos ahí. También hacer las paces con los grandes empresarios, las multinacionales, los "mandamases" de los medios de comunicación con más llegada y los máximos representantes del sector liberal.
El remite no es ni más ni menos que quien escribe, pues no quisiera poner en boca de otros lo que sale de mi puño y letra. Si algún individuo o colectivo se sintiese identificado, sería de agradecer no obstante.
Sin más dilación, rodeos ni preámbulos, llega el momento más duro, el de pedir perdón, algo que no es fácil de hacer y que cuesta trabajo. Desprenderse de esa cabezonería y terquedad que nos hace anclarnos en una idea y agarrarnos a ella como un clavo ardiendo sin detenernos a reconocer nuestros más penosos errores.

Perdón por creer que contamos con unos derechos que no han de ser violados, perdón por luchar por ellos, por defendernos, por convocar estúpidas protestas en un ridículo intento de preservar nuestras libertades, disculpas por no defender y acatar las decisiones del estado que nos machaca, siento haber puesto en tela de juicio medidas justas como los desahucios, los recortes en sanidad y educación, la reforma de empleo, y un largo etcétera de soluciones justicieras, que además eran las únicas que podían tomarse.
Estoy arrepentido de no haberme creído vuestras palabras en mítines, siento no haberme sometido a ese sentimiento de unión patriota en todos vuestros actos, y haber dudado de vuestra identificación con el bien común. Me duele mucho haber llegado a pensar que en algún momento no hayáis hecho lo mejor para el pueblo, en una absurda opinión de que solo favorecéis a quien os interesa, para fomentar la privatización y la extrema liberalización, aliándoos con bancos y grandes empresas.
Me siento muy dolido por no haberme creído ese estereotipo de mujer y de hombre que los medios intentan vendernos, y haber dudado de su existencia. Lamento haber opinado que esas parias como pobres, obreros, parados, minusválidos o inmigrantes merecían una oportunidad, me siento un tonto al haber tenido el pensamiento estalinista de que la justicia era para todos, sin distinciones.

Por todo esto, y por muchas más atrocidades, quiero, pese a llegar a ser redundante, pedir perdón.


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